lunes, 28 de enero de 2013

Fermín Herrero

 Decía William Ospina, en su genial "Por los países de Colombia", que el hecho de escribir como Góngora, o ser el propio Góngora, denota una profunda infelicidad. Es complicado, y muchas veces innecesario, establecer paralelismos entre la obra y la vida de un poeta, pero en este caso hay algo que me impele a estar de acuerdo. Y, siguiendo la misma lógica, uno deduce que Fermín Herrero debe ser bastante feliz, de una felicidad sobria y tranquila (distinta a una felicidad a gritos, y es que, al revés de Tolstoi, pienso que cada uno es feliz a su manera). Y todo esto a raíz de:



 Ya hablé de José María Valverde, y a través de él de Juan de Mairena y, en general, de esa sobriedad humilde que asocio a Castilla ( a Soria, en mi caso, como en el caso de Machado y Fermín). Y quizás de ahí nace mi gusto por los poemas de amor desenamorados, por así llamarlos, aquellos que ni prometen ni celebran gran cosa, y que por eso te llenan, porque son de verdad. Recuerdo alguno de Gil de Biedma en este sentido, y también recuerdo la "Canción para ligar (o para que no me dejes)" de Los Planetas, pero ahora es momento de escuchar a Fermín Herrero:

   Hemos venido, estamos. Nada más, nada
   menos. Hemos subido a la sierra, me miras
   mientras sonríes, descansamos. Cuánto
   tiempo, Dios mío, cuánto tiempo juntos
   y hasta ahora felices, al menos, dentro
   de lo que cabe. Y lo hecho, hecho
   está. Es cierto que vamos para viejos
   y que han sido pequeñas nuestras vidas, siempre
   tan sosas, siempre tan pequeñas. Que en tus brazos
   no se me caiga el mundo encima, que no me faltes.

 Aunque en realidad lo que más me gusta de este libro es el ritmo, un ritmo pausado, como de quien camina despacio y se para a contemplar, un ritmo conseguido a través de unas pausas muy medidas y, sobre todo, de unos encabalgamientos geniales.

 Para contrastar, el propio Fermín leyendo uno de sus poemas:



 Y una pregunta: ¿hasta qué punto el blanco que separa un verso de otro, un efecto que sólo de forma artificial podría conseguirse al recitarlo, hasta qué punto ese movimiento sacádico de los ojos afecta a la manera de sentir un poema? Yo diría, contra la oralidad, que mucho, y que más cuanto mayor sea el prosaísmo del poema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario