viernes, 18 de enero de 2013

Contra la triste poesía. Y sobre Joaquín Bartrina.

 Estas navidades me ha estado sonando en la cabeza un villancico:

 "Pero mira cómo lloran los poetas en España / Pero mira cómo lloran al escribir sus versos"

  Y, así, los recitales de poesía:


 Lo testimonia Vital Aza:

         No hubo desgracia ni duelo
        que en verso no describiera...
        ¡Si estaba pidiendo al cielo
        que la gente se muriera!

 Siempre es más fácil la desgracia que la alegría, más fácil llorar que reír. No, Tolstoi, no, no todas las familias o las personas felices se parecen, a mí me parece que cada una lo es a su manera. Lo que pasa es que la tristeza, supongo que por influencia católica, ha tenido desde hace tiempo mucha mejor reputación, como si fuera más profunda o trascendente. Y, desde luego, más respetable.

 Todos conocemos personas que tienen miedo, e incluso pánico, a ser felices. Inventan cualquier excusa para estar preocupadas y exhibir su desgracia, como decía en sus versos Vital Aza. Y he aquí un componente importante del conservadurismo inmovilista, de la falta de riesgo. Y esto pasa en poesía también. La mayoría de los poetas, incluso jóvenes, de entre los que he leído, eligen lo fácil e intrascendente, lo "bien hecho", una poesía triste desde su nacimiento, le falta el riesgo, la pasión. Lo que sería más entendible (sólo digo que entendible) a la hora de buscar trabajo o pareja, pongamos por caso, pero que me resulta incomprensible en una actividad basada en el juego y de la que, por así decirlo, no depende nuestra estabilidad ni financiera ni emocional (me parece tan detestable quien escribiera por dinero como quien lo hiciera creyéndose llevado de una misión divina, romántica).

 Esto no quiere decir que toda la poesía valiente vaya a ser perdurable, pero sí creo que toda la poesía perdurable nace del riesgo. Un repaso a los grandes hitos de la poesía moderna lo demostraría, desde Baudelaire hasta Nicanor Parra. Y, lo que es más, opino que incluso los que no lograron tan alto nivel poético, pero realmente arriesgaron, merecen más nuestra lectura que aquellos que escribieron en esa misma época versos perfectos y mediocres. Ya hablé de un ejemplo mexicano: defiendo a Margarito Ledesma frente a Amado Nervo. Y ahora pondré un ejemplo español: la poesía de la segunda mitad del siglo XIX (recuerdo haber leído, u hojeado, el libro enciclopédico de Cossío) me parece especialmente aburrida, y poco merecedora de relecturas (hablo de Núñez de Arce y cia.). Sin embargo, hay al menos un poeta realmente diferente que sí merece nuestra atención: Joaquín Bartrina.

 Ignoro si Bartrina, como Fernández Mallo más de un siglo después, creía que era posible hacer poesía "seria" con elementos nuevos prestados de la ciencia. Pero el resultado, en todo caso, es claramente humorístico, lo que en absoluto va en contra de su valoración, al menos de la mía. Y quizás, se me ocurre, sea humorístico porque toda la poesía que quiere salirse de las convenciones vigentes crea un choque con lo esperado, y sabemos que ese choque está en el origen del chiste. En todo caso, nos quedaron una serie de poemas interesantes, que me parece necesario recordar, como este "Madrigal futuro":

Juan, cabeza sin fósforo, con Juana
paseaba una mañana
(24 Reamur, Viento NE.,
cielo con cirrus) por un campo agreste.
Iban los dos mamíferos hablando,
cuando Juan se inclinó, con el deseo
de ofrecer a su amada, suspirando,
un ‘Dyanthus Cariophyllus’ de Linneo.
La hembra aceptó, y a su emoción nerviosa
en su cardias la diástole y la sístole
se hizo más presurosa,
los vasos capilares de las facies
también se dilataron
y al punto las membranas de su cutis
sonrosado color transparentaron.

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