lunes, 15 de abril de 2013

La vida en las ventanas

 La verdad es que Juan Ramón Jiménez me interesa de la forma en que me interesa Aznar: como objeto de parodia (Rajoy no sirve ni para eso). Pero hay un libro suyo que me gustó, al menos en parte: Diario de un poeta recién casado. Ahí, tras su etapa modernistoide ("El cloroformo de esta luna sifilítica y azul"), por los años de su etapa pura ("¡Oh, la Luna! ¡La Luna!"), y antes de sus delirios metafísicos ("Oh, Luna Alunada Y Alucinante"), tuvo algún momento en que se convirtió en humano (debió ser por la cercanía de la carne reciente, aunque tengo para mí que Zenobia se aburría lo suyo). Y en ese libro es que encontramos un verso brillante:

 "¿Es la luna, o es un anuncio de la luna?"

 Un verso que recordé aquel día de principios de 2010 cuando trabajaba en Varsovia y se estrelló en Rusia el avión donde iba el presidente polaco, Lech Kaczynski. Los estudiantes estaban tan impactados que se tuvo que interrumpir la clase, las abuelas aburrotaron los supermercados en busca de latas de conserva, y algunos padres hablaban en voz baja de tanques rusos entrando en la ciudad.

 Ya que no había clase, ni tanques rusos en el horizonte, y que era una agradable mañana de abril, decidí pasearme por los alrededores del palacio presidencial donde, decía la tele, se agolpaban los polacos expresando su dolor. Pero, en un primer momento, yo sólo podía ver a gente con sus cámaras grabando, así que pensé:

 ¿Es el dolor, o es un anuncio del dolor?

 Me acerqué más, y seguía viendo cámaras. Intenté dirigirme a donde esas cámaras apuntaban, pero de nuevo no encontraba más que nuevas cámaras apuntando. Y así en un laberinto de espejos que reflejan otros espejos que reflejan a otros y en cuyo centro, en definitiva, no hay nada.




 No era el dolor, por lo tanto, ni un anuncio del dolor, sino un anuncio sobre gente que filma anuncios de gente filmando.

 La verdad, uno echa de menos algo de sustancia, algún pequeño show que justifique tanta cámara y tanto espejo. Por ejemplo: una joven probándose bikinis de colores, o un anciano ajustándose una túnica blanca. Acaso esto mismo pensaban los camarógrafos que fueron al Vaticano para la coronación del papa Francisco (mucho más numerosos, y más baratos, que quienes trabajaron para filmar el apogeo de Benedicto en 2005:


), y acertaron cuando apareció aquel hombre de blanco dispuesto a escenificar ante las cámaras su pobreza (suerte tuvieron de que el argentino no fuera como el paralizado cardenal Melville, nombre excelentemente elegido de la mediocre peli "Habemus papam" de Moretti). Y de ahí que todo el boato teatral de los sumos y los pontífices fuera de agradecer (en este caso en versión bo-bo: bourgeois-bohème).

 En este sentido, humildemente propongo que el próximo país al que se le muera un presidente contrate por lo menos a unas cuentas plañideras, en bikinis de colores si es posible, para que los muchachos de las cámaras tengan algo que filmar diferente de sí mismos filmando.

 Porque hay ocasiones en que uno echa de menos incluso el cloroformo de las lunas sifilíticas, y azules.

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