Mejor llegar tarde que nunca, dicen. Lo digo porque, en una simple "googleada", me he dado cuenta de cuántos merecidos "fans" tiene la poesía de Jorge Gimeno. Y yo me uno. Pocas veces he encontrado un poeta español de poesía en movimiento (aunque a veces se echen en falta algunos puntos de referencia), que intensamente vibre, y nosotros con ella, con él. Tiene talento, y algo que decir, y la manera de decirlo para nosotros, hoy. "Palabras en Carnaval", titulaba una reseña de su último libro (La tierra nos agobia). Y aunque solo fuera por ello, a once días del Carnaval del mundo, de Trinidad, me enamoraría perdido, perdida la cabeza: vino.
Está en mi cabeza, está en el mundo
Soy como las iglesias y las mezquitas, no tengo amigos.
Las palomas se acurrucan en el vano de la celosía de piedra.
De noche, insomne, visitó el corazón de la ciudad, una nuez agrietada, con cabezas y talles de hace un siglo.
Hay hombres que no lloran porque tienen medio pulmón y las costillas roídas. Son como un cordero descuartizado por hombres, olvidado y comido por bestias.
(Hay hombres que han olvidado las orejas en la mesilla de un burdel.
Hay mujeres que son pinos.
Hay la costumbre de haber.)
Junto al puente, sé lo que vale mi vida. Sé lo que vale el río. Un arrullo de hierros criminales.
La vela encendida en la ventana le dice algo a la ceja lunar. La vela en la ventana es el gen. También están tus ojos verdes, tus ojos grises, tu belleza de zorro mujer, tu torpeza niña, querible.
La quijada inferior de una vaca es una góndola blanca.
La gente no es más importante que la gente-no, y tampoco menos.
(Ah el susurro palíndromo de las seseras...)
El vino dice la verdad. Ahora soy vino.
El vino es el sol.
El vino y el sol y tú, tres cosas por las que morir. O cuatro.
(El vino tiene su mosca y su mosquito.)
El puente: burbujas flotando en el río que lame el cráneo de la esfera.
Yo no voy, con mis ladrillos, a la gente.
El temor a no ser tú
me hará perder la cabeza,
lo cual es demasiado ser yo.
Y en el cielo se frotan dos vaginas,
quiero decir dos nubes.
Las palomas se acurrucan en el vano de la celosía de piedra.
De noche, insomne, visitó el corazón de la ciudad, una nuez agrietada, con cabezas y talles de hace un siglo.
Hay hombres que no lloran porque tienen medio pulmón y las costillas roídas. Son como un cordero descuartizado por hombres, olvidado y comido por bestias.
(Hay hombres que han olvidado las orejas en la mesilla de un burdel.
Hay mujeres que son pinos.
Hay la costumbre de haber.)
Junto al puente, sé lo que vale mi vida. Sé lo que vale el río. Un arrullo de hierros criminales.
La vela encendida en la ventana le dice algo a la ceja lunar. La vela en la ventana es el gen. También están tus ojos verdes, tus ojos grises, tu belleza de zorro mujer, tu torpeza niña, querible.
La quijada inferior de una vaca es una góndola blanca.
La gente no es más importante que la gente-no, y tampoco menos.
(Ah el susurro palíndromo de las seseras...)
El vino dice la verdad. Ahora soy vino.
El vino es el sol.
El vino y el sol y tú, tres cosas por las que morir. O cuatro.
(El vino tiene su mosca y su mosquito.)
El puente: burbujas flotando en el río que lame el cráneo de la esfera.
Yo no voy, con mis ladrillos, a la gente.
El temor a no ser tú
me hará perder la cabeza,
lo cual es demasiado ser yo.
Y en el cielo se frotan dos vaginas,
quiero decir dos nubes.
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