De resaca ando y leyendo estoy, poesía clásica y habitualmente soporífera hasta que llega algún gracioso tipo Quevedo a alegrarnos la ausencia de ron. De quien no lo esperaba era de Esteban Manuel de Villegas, al que califican, atención, de "refinado y lindo, delicado y sutil". Y, concretamente, del poema "El pajarillo" se dice que es una "delicada cantilena". Delicada mis cojones, agregaría yo. Y por eso me encanta. Si el lector tiene la (gran, enorme, inmensa) paciencia de llegar al final del poema se verá ampliamente recompensado en los últimos dos versos: me declaro desde ya fan del "rústico", de ese encabalgamiento, esas erres y esa campesina sentencia a muerte de la cursilería:
Yo vi sobre un tomillo
Quejarse un pajarillo,
Viendo su nido amado,
De quien era caudillo,
De un labrador robado.
Vile tan congojado
Por tal atrevimiento
Dar mil quejas al viento,
Para que al cielo santo
Lleve su tierno llanto,
Lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
Esforzando el intento,
Mil quejas repetía;
Ya cansado callaba,
Y al nuevo sentimiento
Ya sonoro volvía.
Ya circular volaba,
Ya rastrero corría,
Ya pues de rama en rama
Al rústico seguía;
Y saltando en la grama,
Parece que decía:
«Dame, rústico fiero,
Mi dulce compañía»;
Y que le respondía
El rústico: «No quiero.»
Resistirme no puedo a dar mi propia versión de los hechos:
Ya circular volaba,
Ya rastrero corría,
Ya pues de rama en rama
Al rústico seguía;
Y saltando en la grama,
Parece que decía:
«Dame, rústico fiero,
Mi dulce compañía»;
Y que le respondía
El rústico: «Pues no me sale de los huevos.»
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