En el mundo actual domina la
inmediatez en cada esfera de la vida, incluso en la poesía: se lee rápido,
rápido se escribe, se olvida rápido. Como afirma el propio autor: “Cambio de
canal / como remontando un río. Ya solo se hacen cosas / no se describen”. En
este sentido, se agradece que un poeta joven se detenga a contemplar y, al
mismo tiempo, a pensar sobre el acto de contemplar. Una tendencia reflexiva que
no encontramos mucho en la poesía reciente, más enfocada en el recuento
superficial de anécdotas o emociones. Aunque solo fuera por ello, la obra de
Pablo López Carballo (España, 1983) merece una lectura atenta que, de hecho,
exige la complejidad del valioso libro que a continuación comentaremos.
La dictadura de la
perspectiva (Trea, 2017) gira en torno a una
tensión fundamental: la establecida entre la mirada y lo mirado. Es decir,
entre la confusión del mundo sensible y la necesidad humana de someterla a un
orden preciso. Esta tensión se refleja continuamente en el ámbito temático;
pero, sobre todo, interesa cómo se resuelve en la forma de escritura. Y es aquí
donde encontramos una potente paradoja: la propuesta de “desarreglo de los
sentidos” se ejerce desde versos calculados, racionales, incluso fríos (también
la estructura del libro es perfectamente simétrica). En sus propias palabras,
se trata de “Dividir lo homogéneo / en lugar de entenderlo”, si interpretamos
el “entender”, en nueva paradoja, como una recepción holística, sentimental.
De hecho, la paradoja comienza por
el título: una “dictadura” se basa en una concepción única de la existencia, en
una única manera de mirar; sin embargo, la “perspectiva” es siempre contingente
y cambiante. En el cuadro sobre el que gira la mayor parte del poemario (“La
ciudad ideal”, de autor desconocido), la perspectiva tiende a la perfección, al
orden exacto, único; se diría que López Carballo se mueve del foco central para
problematizar la mirada, para encontrar nuevos ángulos, sin que por ello se
pierda el sentido de las proporciones (en otras palabras, guardando cierto
equilibrio clásico en la construcción del verso).
Sorprende la forma en que el autor
juega con el ritmo del poema, de forma sutil pero efectiva, manteniendo una
suerte de mesura clasicista, con múltiples pausas que invitan a que el lector
se pare a pensar. Como ejemplo, el comienzo de “Mirar a través de un vaso”:
“Desovillar
dando vueltas, apenas mutilar
el
murmullo. Dudas de la luz. Después, es lo normal,
columnas
lumínicas sobre la mesa. El geólogo
sabe
del engaño. La vida era la vida, sentencias
o
invocas porque no todo son similitudes ni desplazamientos.
Sacar
un hilo,
no
salir más que un hilo hasta el ascensor.
Si
añadimos el extravío, la vida era la vida
y algo más que esto”.
Los versos, a través de diferentes
longitudes y encabalgamientos, reflejan eficazmente el ritmo del pensamiento. Notamos,
por ejemplo, la decepción cortante a través de los endecasílabos abruptos al
inicio de los versos dos y cuatro (en este último caso, justo después de la
sólida aliteración de las “columnas lumínicas sobre la mesa”). El ritmo se
expande en la invocación confiada del verso quinto, para continuar con dos
versos que, a través de la repetición de “hilo” y la estructura paralelística,
aportan una contundencia casi aforística. Finaliza el fragmento con un nuevo
intento de apertura.
Vemos en el fragmento una tensión
entre “la vida” y la reflexión sobre la vida (que se refleja en la tensión
formal entre los versos expansivos y los cortes abruptos). Quizás sea más clara
esta tensión en versos como: “El cielo gana en metales a los pájaros / que
matan el tiempo leyendo tratados de vuelo”. En otro fragmento se dice que “Podemos
/ permanecer afuera / entre nuestras cosas”. Esta es, precisamente, la mayor
virtud, y quizás una posible debilidad, del libro. Es decir, los poemas no permiten
una comunicación directa con “nuestras cosas”, sino que siempre están mediados
por la “metamirada”, es decir, por la reflexión sobre cómo construimos la
perspectiva.
Hay varios pasajes en el libro que
explícitamente problematizan la relación propuesta, entre la mirada y lo
mirado. Leamos, por ejemplo, el comienzo de “Alucinación de las parcelas”:
“Todo
se ensombrece cuando lo miro. Definir
como
reptar en semejanzas. En la carencia
permanezco
quieto. Coloco estacas
y
aparece el paisaje (…).
Intervenimos.
Lo
dominamos porque nuestra mirada
es
el paisaje”.
Lejos
de aparentar una naturalidad ingenua en el uso del lenguaje, contemplamos aquí
“una vida intelectual incomparablemente más rica, más sutil, más evolucionada”,
como reza la cita de César Aira con la que abre su último libro. No es posible,
por lo tanto, la comunión con la naturaleza, puesto que, en el fondo, todo es
producto de nuestra forma de percibir, de nuestra mente.
Decía
que esta es la mayor virtud del libro, puesto que los poemas no buscan la
empatía adocenada, el golpe de efecto, sino la participación activa del lector,
quien también reconstruye el “paisaje” del poemario desde su propia
perspectiva, a medida que pasan los versos. Una vez cerrado el libro, uno
siente el impulso de volver a inventar el mundo: la distancia nos libera.
Pero
también nos ata a la distancia misma, ya que “mirar no es suficiente, debemos
devanar / con la ciencia del no tener”. Decía que esta virtud podría ser una debilidad,
debido al propio énfasis en la racionalidad, como si, en ocasiones, el “tratado
de vuelo” se olvidara del vuelo mismo, de su condición de pájaro, de animal. En
el poema “Pórtico”, sobre el pintor Paolo Uccello, se dice que “Paolo reunió
las formas para dotarlas / de sentido en su cuarto de arañas”, y siento que son
las arañas las que salvan el cuadro. No siempre hay, sin embargo, arañas en los
poemas.
En
algunos de los tantos versos que el lector está tentado de subrayar, podemos
leer lo siguiente: “Postergando / la decisión de vivir en escenas / o en la
contingencia”. Aquí se refleja con claridad el estado intermedio, la tensión,
entre la “dictadura de la perspectiva” y el azar. Ese estar en medio sigue
resultando fascinante:
“El mundo había cambiado de
paisaje; lo dibujas a mi lado
y me sorprende su negación en la
ventanilla”.
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