¿Por qué el mundo no se mueve al ritmo de las ideas "bonitas"? O no lo suficiente... Esta es una pregunta adolescente que me solía hacer cuando era adolescente, y ahora también. Pongamos por caso: estudias en la clase de historia que hace más de doscientos años triunfó una revolución que decía "libertad, igualdad, fraternidad", y luego en casa escuchas al presidente de turno elogiar la democracia y el pack completo (educación, diálogo, libertad, igualdad, etc.). Entonces, ¿será que ya hemos ganado y ni cuenta nos dimos?
Luego viene la realidad. Y una de las claves es esa, descender a lo concreto, al mundo de las sombras, y que muera Platón. En mi caso, de lo más concreto, y a veces sombrío, que me rodea es mi trabajo como profesor de universidad. Veamos: en las clases de humanidades no hay profesor que no clame contra el autoritarismo y en favor del pensamiento crítico y la democracia. De hecho, viven (y bastante bien) de ese discurso. Pero... ¿cómo lo enuncian? De forma autoritaria y profundamente antidemocrática. Y con miedo, parapetados en su estrado como en una barricada, asegurándose de que la corbata esté bien cargada. Lo he escuchado así, literalmente: "el estudiante es el enemigo". Que escuchen, que apunten, pero que no disparen, que ellos tengan todavía más miedo, se trata de instaurar la guerra fría en la clase. A lo mejor en una clase que trata sobre la importancia del diálogo y la confianza (siéntanse libres de hacer preguntas al final de la charla).
A veces pienso que estas actitudes son más dañinas que los tertulianos de Intereconomía. En serio. Porque si pones esa cadena (esperemos que luego tires de ella), ya sabes lo que vas a encontrar: un discurso autoritario a favor de la autoridad de los poderosos, tiene su lógica. Es más grave el problema cuando los que se presentan como alternativa resultan tener los mismos medios para imponerse (y, ya sabemos, el medio es el mensaje). De hecho, también parecen tener los mismos objetivos: imponerse.
Entonces, y ya que hay que ser concretos, ¿qué puedo hacer mañana en clase para no fomentar la continuidad de las injusticias del sistema, para ayudar a la formación de personas más libres y críticas? No es fácil la respuesta, y no siempre tiene uno el tiempo o el humor para replantearse cada día el sistema para-contra el que uno trabaja. Pero, sin duda, vale la pena. Acaso sea lo único que valga la pena en esta profesión, lo único que no se puede encontrar en Wikipedia.
Trabajemos con el concepto de "democracia". A poco griego que uno sepa, o practique, se dará cuenta de que la palabra "democracia" no tiene relación alguna con votar cada cuatro años a uno o a otro partido político. ¿Cómo les explico a mis estudiantes lo que debería ser la democracia, el poder del pueblo, que las personas participen en las decisiones que les afectan? Pues, sencillamente, dándoles el poder, haciendo que ellos dialoguen y decidan las cuestiones más importantes de la clase, incluyendo la forma de hacer (o no hacer) exámenes. Y luego decirles: esto es democracia, ¿es así cómo participáis en las decisiones del Gobierno?
En el último semestre ideé un sistema basado en el 15-M, donde los estudiantes formaban distintas comisiones de trabajo (desde la comisión de evaluación hasta la de asuntos exteriores) en las que, tras informarse del asunto en el que se especializaban, dialogaban con sus compañeros de comisión hasta dar forma a una serie de propuestas. Luego pasaban a explicar sus conclusiones a toda la clase, constituida como asamblea que discute, enmienda y finalmente vota cada propuesta, hasta que de este modo obtenemos el conjunto de "leyes" por las que todos nos regiremos en la asignatura, incluyendo el profesor (que es un votante más). Finalmente, cada comisión será la encargada de aplicar sus propuestas en las clases venideras. Considerando que, en mi caso, todo esto lo tienen que hacer en español, siendo anglófonos, el reto es doble, y dobles son también sus beneficios.
El resultado, yo creo, ha valido mucho la pena, aunque sólo sea por el ambiente que se crea en la clase. Y por lo que uno disfruta. Claro que también hay varias, e importantes, dificultades, como la existencia de estudiantes (iba a decir: ciudadanos) apáticos, o que piensan que eso es trabajo del profesor (iba a decir: del político), o que finalmente acaban siendo más conservadores en sus decisiones que un profesor tradicional. También, todo hay que decirlo, a veces es cansino aplicar la democracia, y uno tiene tentaciones de tomar un camino más "recto" (en los tres sentidos de la palabra), sobre todo cuando en ocasiones la clase se convierte en un pequeño caos. Pero de los errores se aprende a mejorar el proyecto, cuántas veces decimos a los estudiantes que se arriesguen a cometer errores, mientras nosotros queremos dejarlo todo bien atado. Vale la pena experimentar, abrirse a las posibilidades, intentar crear una chispa para el cambio.
O, más bien, considerando lo que decimos, y lo que ganamos por decirlo, intentarlo es nuestro trabajo, nuestro imperativo moral.