A raíz del artículo de Iván Thais
sobre “¿Para qué leer?” (http://blogs.elpais.com/vano-oficio/2013/02/porfrank-zaatar-h.html),
me surge la necesidad de replantear uno de sus argumentos más destacados, hoy
en día aceptado incluso entre los propios escritores, y es la creencia de que
leer no te hace mejor persona, lo que el autor ejemplifica en la imagen de
Hitler leyendo a Hamsum.
Habría que empezar yendo al
origen de esta afirmación, que uno encuentra relacionada con el final de los
grandes relatos y, particularmente, del relato sobre el progreso continuo y
lineal. Y aquí vendría la famosa sentencia de Adorno sobre que no se puede
escribir poesía después de Auschwitz e, incluso, que los campos de concentración son el punto de
llegada de la cultura occidental, siendo el origen la razón ilustrada. También
se suele decir que el nazismo surgió en el que entonces era el pueblo más culto
de Europa; aunque precisamente los nazis se distinguieron por su persecución contra
la cultura, demostrando así su potencial peligro (el de los nazis y el de la
cultura). La ideología dominante hoy en día ni siquiera tiene que esforzarse en buscar un mechero.
Por otro lado, también se ha
producido una suerte de “venganza” contra la relación entre elitismo y cultura.
Ciertamente, la lectura fue durante siglos un terreno vedado para unos pocos
privilegiados, que muchas veces exhibían sus conocimientos como signo de
distinción, de que, en definitiva, eran mejores que aquellos a quienes
sometían. Es verdad que esta relación todavía es muy palpable (ahí están los “Corte
Inglés” con librería en la planta baja), pero de alguna manera creo que, al
menos en los países del llamado “primer mundo”, esta situación ha cambiado
tanto que incluso, en ocasiones, puede hablarse de una inversión de valores,
puesto que muchas celebridades parecen jactarse de su incultura y, en general,
el esfuerzo que supone leer ya no es “cool” (ni económicamente productivo, que es la piedra de toque de la ideología burguesa hoy dominante). En todo caso, este anti-elitismo
mal entendido ha llegado al punto de que mucha gente que roza el analfabetismo
funcional te afirme convencido que tu opinión sobre la calidad literaria de Dan
Brown o de Paulo Coelho no es superior a la suya.
Es obvio que la opinión sobre la
calidad literaria de un libro es superior en un lector experto, pero también es
cierto que esto no le da una autoridad moral superior. En definitiva, hay que
reconocer que uno no es mejor persona por leer. Lo que no significa que leer
tenga el mismo efecto que hacer sudokus. Entonces, ¿en qué consiste el efecto
de la lectura? Yo diría que leer no te hace mejor persona, pero sí te permite
profundizar en diversas formas de sentir, entender y expresar. Otro asunto es qué
sentimientos o creencias quieras explotar: uno puede estar abierto a la
complejidad del mundo y de las personas, y leer literatura de verdad, o puede
preferir encerrarse en simplismos tranquilizadores, y leer “bestsellers”; igualmente,
un Hitler encontrará libros para profundizar su odio, mientras que otra persona
puede buscar lecturas que incrementen su interés por lo diverso. De todos
modos, la cuestión no es tan sencilla: en última instancia, un mismo libro
(digamos, por ejemplo, el Zaratustra
de Nietzsche) puede tener interpretaciones (y, por tanto, usos) muy dispares.
Yo diría que la utilidad de la
literatura se asemeja a la utilidad de la ciencia (que nadie discute, como no se discute lo que puede producir dinero). Al igual que la ciencia
profundiza en nuestro conocimiento de la naturaleza, pero después son las personas
quienes deciden hacia dónde dirigir ese conocimiento (bomba atómica o curación
de enfermedades), la literatura profundiza en nuestro conocimiento (entendido
también como sensibilidad) de lo humano, pero eso no significa que esa
profundización vaya a tener necesariamente consecuencias positivas. Y tampoco
significa que no pueda tenerlas.
Y, al igual que no sería posible
decidir parar la ciencia, aunque a veces sea inútil y a veces peligrosa o
contraproducente, tampoco podemos parar de leer, del mismo modo que un niño no
puede parar su crecimiento. Por mucho que no tengamos claro si es mejor ser
adulto que ser niño, lo cierto es que hemos llegado a ser adultos, unos adultos
inmersos en un mundo especialmente complejo que, simplemente, no podemos dejar
de intentar entender. Y luego, por supuesto, intentar que todo aquello que
descubrimos sirva para hacer más felices a las otras personas, que es la mejor
manera de hacerse uno mismo feliz.